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miércoles, 14 de febrero de 2018

Zaida y Alfonso VI, el amor prohibido entre una princesa musulmana y el conquistador de Toledo.


El hijo entre ambos, hubiese sido el soberano de los reinos de Castilla y León de no haber muerto en la batalla de Uclés, en el año 1108, que se libró precisamente contra radicales musulmanes. La batalla olvidada de Cutanda, donde Alfonso “El Batallador” frenó a los musulmanes más extremistas.
La mujer cuyos ojos eran estrellas era una princesa musulmana que protagonizó una incierta historia de amor en la Edad Media y que recordamos en el día de San Valentín. De ser cierta su leyenda, se casó con el Rey de Castilla y León Alfonso VI y fue la madre del único varón del monarca. Eso a pesar de que el Islam prohibía las bodas de musulmanas con dirigentes cristianos y de que un amor así desafiaba los convencionalismos y las tradiciones religiosas.
El Rey Alfonso VI “El Bravo” es recordado a nivel político por ser quien recuperó Toledo, antigua capital visigoda, para los cristianos y por su pretensión de un reino cristiano unificado. Siendo Rey de León por herencia de su padre, también lo terminó siendo de Galicia entre 1071 y 1072 y de Castilla entre 1072 y 1109. Pero la historia medieval casi siempre se recrea más con leyendas y romances que con las conquistas militares o las alianzas.
El mito de Alfonso VI le achaca una sucesión de matrimonios frustrados con mujeres cristianas, entre un sinfín de amantes, sin que ninguna lograra darle un heredero varón. Para el lujurioso monarca la aparición de una hermosa princesa musulmana con ojos de estrella haría temblar su mundo.
Amor en tiempo de los Almorávides
Los orígenes de Zaida resultan contradictorios. Si bien se sabe que era sobrina del Rey de Denia y Lérida, se desconoce quién eran sus padres y cuál era su vinculación con el Rey poeta de Sevilla, Al-Mutamid. ¿Era su hija? ¿Era la mujer de su hijo? El sevillano velaría por Zaida a lo largo de varias fases de su vida. Al-Mutamid jugó un papel clave en la caída de los reinos de taifas. En un contexto de enorme debilidad de los reinos taifas, enfrentados entre sí y cada vez más frágiles ante el avance cristiano; Al-Mutamid terminó temiendo más la llegada de los radicales religiosos situados en el norte de África, los almorávides, que a los cristianos. En un cambio de estrategia prefirió pactar con el Rey de Castilla y León que con los Almorávides, que planeaban acabar con la relajación en las tradiciones islámicas y destituir a todos los príncipes de los taifas.
Lo paradójico es que había sido él quien precisamente les había abierto las puertas de la península a los Almorávides tras la caída de Toledo y ante el temor a que los cristianos tomaran toda Andalucía.
Pero el cambio de estrategia llegó tarde para muchos reinos. La joven Zaida estuvo casada en ese tiempo con Abu Nasr Al’Fath al-Ma’mun, Rey de Córdoba, al que las crónicas mencionan como hijo de Al-mutamid. Ante el avance almorávide, el dirigente musulmán envió a su esposa con setenta caballeros, familiares incluidos, al castillo de Almodóvar del Río que anteriormente había fortificado y abastecido. No obstante, al caer Córdoba y morir su marido Zaida se refugió en la corte castellana ofreciendo varios territorios de frontera a cambio de protección. La bella muchacha quedó para siempre en la corte cristiana e incluso se dice que aceptó convertirse al cristianismo. Las crónicas posteriores dirían de la princesa que era una doncella de gran hermosura, muy virtuosa, gallarda, discreta, esbelta, de singular belleza, de tez espléndidamente blanca, antes cuyas cualidades convulsionó el apuesto guerrero Alfonso VI gallardo y muy ducho en el manejo de las armas.
El veterano Alfonso VI y la mora Zaida, llamada posteriormente Isabel, se casaron en el año 1100 y tuvieron al único heredero varón de todos los matrimonios del Rey. Según precisó el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, ella aportó los castillos de Caracuel, Alarcos, Consuegra, Mora, Oreja, Uclés, Huete, Amasatrigo y Cuenca, cedidos a su vez por su suegro (su padre según otras versiones).
La jura de Alfonso VI en Santa Gadea, de Armando Menocal.
La cristianización de la joven fue un requisito indispensable para vencer la oposición de los grupos de influencia más conservadores de la Corte, que veían en el enlace con una musulmana algo impensable. Si existen, no obstante, referencias a que la Corte del Rey cristiano adquirió en ese periodo cierto aire oriental, siendo que “los cristianos vestían a usanza mora y hasta los clérigos mozárabes de Toledo hablaban familiarmente el árabe y conocían muy poco el latín” según el arabista Cándido Ángel González Palencia.
El intercambio cultural que abrió aquel matrimonio se dejó sentir, pero duró pocos años. El hijo entre ambos, Sancho, hubiese sido el soberano de los reinos de Castilla y León de no haber muerto en La Batalla de Uclés, en el año 1108, que se libró precisamente contra los almorávides. Su piel aceitunada, rasgo de un matrimonio entre dos razas, queda citado en las crónicas del periodo, así como su mocedad cuando le alcanzó la muerte: apenas sabía montar a caballo.
Con la muerte del heredero casi terminó el linaje. La reina Zaida murió en el parto de su segunda hija, con apenas cuarenta años, sin poder dar a Alfonso VI “El Bravo” otro varón. La hija de Alfonso, Urraca, heredaría el trono y dejaría sin consecuencias aquel matrimonio prohibido.



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