Le miré a los ojos y no pude descifrar sus pensamientos. Ni siquiera sabía si estaba ahí, conmigo, o si su mente había volado kilómetros más lejos, años atrás. Me solía decir que todo lo material era perecedero y que, al final, lo único que nos quedaba son los recuerdos. Por aquel entonces, aún podía señalar a las mujeres y los hombres de aquellas fotos en blanco y negro, y contarme historias del pasado, cuando todos los amigos se juntaban en el ayuntamiento para ver la única televisión que había en el pueblo. Todo se complicó cuando falleció la abuela. Ahora, miraba las fotos, impasible, y antes mi insistencia apartó el álbum de fotos de un manotazo. “En ocasiones se comportará como un niño”, nos dijo el médico. ¿Dónde estás? Me pregunté, mientras recogía el álbum de fotos del suelo.
Recuerdo el momento en el que se desató todo. Aquella noche me despertó un ruido metálico que se repetía insistentemente. Avancé hasta la puerta de mi habitación y escuché el ruido, más fuerte esta vez, que provenía del final del pasillo, donde estaba la puerta de la casa. Mi habitación era la más cercana así que recorrí el pasillo, descalza y soñolienta, para encontrarme a mi abuelo en el vano esfuerzo de abrir la puerta, cerrada con llave. Al preguntarle qué estaba haciendo me ignoró y continuó con su labor, complicada por el parkinson que sufría. “¡Abuelo!” le grité, mi hermano apareció al otro lado del pasillo y yo le insté a dormir. “Abuelo”, insistí suavemente, agarrándole del brazo. Me dijo que se iba, que tenía que encontrar a alguien, estaba vestido con el pijama y descalzo, no llevaba sus gafas y trataba de abrir la puerta con la llave incorrecta.
Aquella fue la primera vez que me lo pregunté: ¿dónde estás? Vuelve, por favor.
Hace día, cuando entré a mi portal, me encontré con un hombre unos 50 años acompañado por un anciano. Estaban mirando los buzones y el anciano no acertaba a escoger un piso. Se había perdido y el hombre le había traído hasta mi bloque, no sé si por algún tipo de documento identificativo o porque el anciano había tenido algún momento de lucidez. Tenía alzhéimer. Finalmente logramos dar con su piso, donde se encontraba su hija que, al verle, se echó a llorar. Yo me metí en el ascensor mientras me sorbía las lágrimas.
En España hay aproximadamente 1.6 millones de personas que sufren está terrible enfermedad. Conozco muchas otras historias, desgarradoras, que demuestran hasta qué punto está enfermedad es complicada, especialmente en los casos más precoces (uno de cada diez). Con la llegada de la crisis y los recortes, las ayudas que otorgaba la ley de dependencia disminuyeron y, para que nos hagamos una idea, esta enfermedad cuesta unos 32.000 euros al año. Existen muchas asociaciones que ayudan de forma gratuita a muchas familias y que están encantadas de recibir voluntarios. También es bueno pasar tiempo con los abuelos, jugar con ellos a juegos de memoria, hacerles hablar, ejercitar la mente. Hay muchas formas de ayudar.
Qué tristeza me invade al leer algo así
ResponderEliminarpufffff es una enfermedad muy dura...
ResponderEliminaray diossss, que triste que en los tiempos en los que estamos todavía no se luche por este tipo de enfermedades¡¡¡¡ muy triste
ResponderEliminarMaldita enfermedad...
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