El rito del Taurobolio

Uno de los rituales más conocidos y documentados de la antigüedad romana es el que se denomina “Taurobolio”. Se realizaba para rendir culto a las divinidades Cibeles y Atis.

En un principio, y tal como señala su propia etimología (en griego, taurobolion, significa “caza del ciervo”) parece indicar que hace referencia a la caza del ciervo, pero posteriormente se utilizó como sacrificio de una divinidad.

Ya convertido en ritual, lo que sabemos de él nos ha llegado tanto por fuentes epigráficas como literarias, nos cuenta cómo se practicaba el rito y cuál era su propósito. Entre estas, cabe mencionar a Prudencio, de cuya explicación se puede deducir que el iniciado entraba semidesnudo (sin ropa de cintura para arriba) en un hoyo que era cubierto con una tabla con orificios, encima de la cual el sacerdote mataba al toro con un “harpe” (cuchillo que posee un saliente lateral que al penetrar en el animal, provoca una gran hemorragia).

Dicha sangre caía sobre el indicado, y terminaba la ceremonia, los asistentes lo vitoreaban como “un hombre nuevo”. En este sentido, el simbolismo de esta práctica parece estar bastante claro: su bautismo de sangre le otorgaban una nueva vida, en un estado místico superior y que transcendería la fortuna, la corrupción y la muerte, siendo un “renatus in aeternum”.

Por su parte, las inscripciones epigráficas nos enseñan que el ritual debía de ser repetido pasados 20 años y nos dan información de la cronología y la ubicación geográfica donde se practicaba. Además nos informan de que, además de taurobolios “individuales”, también eran habituales los que se hacían en beneficio del prójimo: “pro salute”, pro salute et reditu”, etc…